Com que fa molt de temps que tinc aquest blog una mica abandonat i tinc una idea literària pegant-me voltes al cap fa uns mesos... em llançarè, doncs, a escriure de nou... sense complexos... jejjeje
I ho farè per capítols...
CAPÍTULO 1. CAJONES
El gentío agobiaba hasta hacer palidecer... no se que fiesta celebraban, pero la multitud vagaba por las calles como rios, como plaga. Entró en una tienda de la Ciudad Vieja. También estaba atestada de gente, sobre todo de niños. Ojos brillantes y voces suaves y civilizadas que repetían: - no se toca, cuidado no rompas algo...
Entre tantos estímulos, se frotó los ojos, esos pobres ojos resecos por el sol del verano. Al desvanecerse la niebla que formó su retina y aclarar la visión descubrió que estaba en un lugar increible, mágico, especial. Cientos de objetos amontonados o reclinados uno sobre otro llenaban aquel minúsculo lugar con olor a alguna comida casera. Y allí estaba... semioculto entre un payaso diminuto que tocaba la trompeta, un coche de bomberos de latón y un peluche que saca la lengua burlonamente... Un pequeño mueble de juguete con tantos cajones como letras tiene el abecedario... Una especie de armarito de casa de muñecas o una de aquellas antiguas cómodas con cajones enormes que había en la casa de la abuela. Si, tan grande y tan pequeño. Era de colorines y cada letra estaba decorada con detalles infantiles: globos, setas, enanitos, muñecas, animales del bosque... Él, a sus treintaitantos no podía estarse enamorando de aquella cajonera infantil de niña... un tío serio y respetable, un hombre de mundo, hecho y derecho... Pero pasó, se enamoró de aquel objeto e intentó racionalizar aquella sensación. Pronto encontró un motivo para llevarselo a casa sin derrumbar la imagen que tenía de si mismo, sin remover los cimientos de su propia respetabilidad... Siempre le gustaron los abecedarios. En casa colgaba de la pared, en un lugar preeminente, un abecedario bordado en punto de cruz que había estado entreteniendo a su pobre madre meses antes de morir. Ese abecedario bordado era un elemento extraño en la decoración de su casa. Todo lo que había en ella era propio de un hombre como él: sensible, pero a la vez discreto. Un hombre admirado y ordenado, limpio y con una imagen pública intachable. Un soltero con la vida resuelta cuya casa no es un hogar, es un museo de viajes por el mundo y un escaparate de placidez y confortabilidad... Si, le iba bien en la vida... (a los ojos de la gente, por lo menos...) y un objeto infantil, femenino, melifluo, con el rosa y el azul como tonos predominantes; iba a ser un elemento distorsionador en su orden cósmico particular... Con la razón fundamental del recuerdo de su madre y con otras razones al uso de los debates en grupos de amigos del tipo: "todos tenemos excentricidades", "quien no tiene un gusto raro o sorprendente?"... se convenció a si mismo y, después de liberar aquel objeto de todo su vecinadrio de cosas y cosistas y cosotas; con aquello entre las manos, se decidió a pagar y llevarlo consigo para siempre.
Los tres minutos en los que tuvo que esperar dieron para mucho. Pensó en dejarlo donde estaba y salir discretamente de la tienda. Pensó que era maravilloso poder tener aquello escondido en casa... nadie lo vería, no lo pondría en pública visión de visitas y familia. Se fijó en que las bolsas de aquella tienda no fueran semitransparentes.... Siiiii, hubo suerte. Eran bolsas de papel negro con letras doradas... podría llevarlo hasta el hotel, y luego al aeropuerto, y después pasar por delante del portero de su edificio, sin que nadie le mirase con extrañeza. Pero la bolsa era de una tienda de juegos infantiles, y el rótulo era grande... Bien, no hay problema...: - un regalito para la sobrina (si alguien pregunta). -Se lo envuelvo para regalo?. -Si, por favor. Papel de seda rosa y lazo fresa. -Noooo, mejor no lo envuelva en papel de regalo, mejor en papel común, sin más.
- Como quiera, señor...
Cada vez que le llamaban señor, algo feo surgía en su mente. No, no le gustaba... Llevaba mal que ya casi nadie le hablara de tu. Se acercaba a los 40 y eso no le hacía gracia. Le gustaba verse a si mismo como "un tipo respetable", pero no tanto. La pizca de buen humor que siempre mostraba en público le hacía mantener un halo de juventud eterna que no quería perder. Bien, salgamos de aquí, se dijo...
Se dirigió a un parque cercano y buscó un banco solitario. Encendió un cigarrillo y sonrió...
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