2010/05/23

capítulo 4. Trafalgar Croissanterie


Son las 13’00 horas. Aperitivo en Trafalgar. Así se llama el lugar de siempre, de la ciudad de siempre...El lugar en el que no hace falta quedar, porque siempre acude todo el mundo conocido por allí. El lugar del aperitivo de mediodía o de los vinos en la tarde.

Allí está Jon, el chaval vasco que parece haber venido al mundo solamente para servirle. Le llama “marqués” y eso le gusta. Le permite que mantenga ese “nombrecito” que denota confianza porque Jon es Jon y por una historia del pasado que ahora no viene al caso. En una servilleta del local escribe el nombre del camarero y lo guarda en la pitillera. También escribe Ernesto en otra... Qué extraño!, no acude nadie a la cita. Sin decir nada, unas aceitunas y un martini bianco. Y el diario de hoy. Le gusta leer la prensa en ese local. Hay periódicos internacionales y eso le permite seguir los acontecimientos más importantes que van pasando en lugares visitados o vividos por él. Sólo lee esas secciones y con un golpe de vista compra un par de alas y desea cada vez abandonar un planeta que le resulta incomprensible, planeta en el que vive porque, por el momento, no se puede en ningún otro lugar de la galaxia...
Trafalgar es un lugar especial, tranquilo, sin televisores estridentes y sin gritos. Un lugar limpio y sereno. Además, le gusta el ruido tenue de las cucharillas de café que golpean respetuosamente el borde de las tazas y el olor. El olor de aquel local es fantástico, recio, agradable, masculino.
Al fin llega alguien. Ernesto le hace reverencias y genuflexiones, como siempre...y, como siempre, le hace reír. Pregunta como se encuentra el señor marqués, qué tal el viaje, cómo encontró todo al regresar... hace broma de todo y comienza a criticar a unos y otras... es su especialidad: hacer burla de todas las situaciones, relativizar lo más grave y hacer payasadas sin interrupción. A él le alegra la visión de aquella especie de fanfarria humana... necesitaba reírse un rato y Ernesto siempre lo consigue. Acaba de entrar Anita, compañera de trabajo y santa. Si, santa, o santísima, según se mire... porque lo que esa criatura aguanta no es de este mundo, es, sin duda, sobrenatural. –Porqué pones mi nombre en ese papelito plateado?, pregunta Anita. Nada, cosas mías, dice él. Tendrá que contar su viaje en otra ocasión. Se hizo demasiado tarde y no acudió nadie más. -Yo pago, dice. Anita no lo permite. Ernesto está en el baño, como siempre a la hora de pagar. Jon sonríe tras el mostrador mientras seca cuidadosamente los platillos del servicio. Ahora saca lustre a una bandeja. Su rostro se refleja en ella y un reflejo cae sobre el mármol de la mesa donde están él y santa Anita – ora pro nobis pecatoribus-. Se cruzan las miradas y no le queda más remedio que decir una de esas frases que sirven para cualquier situación... esta vez la frase escogida es: “bueno, en fin, habrá que hacer algo de provecho”.
Antes de cruzar la acera, mira el rótulo del local. Mira a Anita alejarse junto a Ernesto que, como siempre, camina como si interpretase continuamente, como si la alegría de vivir le hubiese poseído, como si el sol se le hubiera metido entre pecho y espalda.
Anita sufre hasta cuando disfruta de su vino blanco... mártir santificada a golpes secos de injusticias vividas. Ahora la vida le dio tregua: un trabajo estable, una perrita que le hace compañía, una amiga que la escucha. Pero los surcos de la cara quedaron como marca indeleble de todo lo que tuvo que pasar, la pobre!. Pero ella no quiere dar pena. Con su voz de monjita buena y su aspecto siempre tan pulcro y aseado, Anita es, para él, uno de esos seres especiales que le hacen confiar en que la naturaleza humana no está del todo podrida... quedan seres de luz que iluminan el breve espacio en que uno se encuentra bien. La quiere más por lo que representa que por sí misma, pero la quiere.
En la E, en la J, en la A tres nombres más. Y en la M el pañuelito bordado que su madre llevaba siempre escondido en la manga derecha de la blusa. Punzada en el pecho. Rayo de sol de finales de agosto. Olor desagradable al pasar junto a los contenedores.

2010/05/22

La veu de l'hongarès...


L’havien ingressada d’urgència amb un atac al cor. El soroll d’una persiana és el darrer so que sentiria abans d’entrar en coma. Dues setmanes desprès, Lídia va ser traslladada a una habitació en planta. Vora seu hi dormia una anciana de cabells blavosos i cames grosses que, tal volta pel calor, mostrava descobertes.
Laia no vol veure la tele, ni té forces per fer res que no sigui tancar els ulls i tractar d’oblidar. No vol fer bondat amb la dona i, a més no podria... aquella dona parla un idioma que Laia no pot identificar. Un xicot entra a l’habitació, saluda amb un somrís impol•lut. Una veu com mai abans Laia havia sentit. Una veu difícil de descriure (si és que una veu es pot descriure...)
Amb el temps l’hospital s’ha convertit en una mena de presó per a ella. Solament es fa lleugera l’estada per aquella veu. Visita del metge. -Lídia, no puc donar-li l’alta mèdica perquè no anem be... les proves no aconsellen que se’n vagi vostè a casa seva.
Aquella situació comença a fer-se insuportable per a ella. Rep la visita diària de la neboda i l’amic. Cada dia a la mateixa hora, quaranta-cinc minuts de rellotge... però la resta del dia jau tota sola amb el camisó blavós damunt els llençols emmidonats. No vol més visites... aquells minuts diaris – llevat de dijous, que no hi va ningú- l’acaben incomodant més encara; perquè li parlen d’un món, d’una gent, d’una vida de la què ja no vol saber-se’n res...
Era dijous quan ell li feu la proposta: -vol que li llegeixi en veu alta?... Com? – respongué ella-. -Si, que si li abelliria escoltar la història que estic llegint... per torbar-se una mica... -Bo, estaria be... però poc a poc, si?...
- Poc a poc...
Des d’aquell dia, Roman començà a llegir-li el llibre que l’acompanyava i l’ajudava a passar les hores mortes a l’hospital mentre hi estava a la mira de la seva mare. Era un home discret i educat. El llibre estava escrit en hongarès... eixe idioma tan diferent... Però ell llegeix-tradueix simultàniament. Domina a la perfecció la llengua de la Lídia, que ja és el seu idioma també... I té una veu!!!. El to, la dicció, l’accent especial del lector, la història... i LA VEU, la seva veu...
Cinc setmanes i arriba l’alta mèdica. Laia la demana voluntàriament. I la demana el mateix dia que en Roman ha acabat la darrera pàgina d’aquell llibre. S’haurà de quedar una setmana més amb la mare, que encara no ha superat la crisi de salut que pateix. En Roman està aturat... no té res millor a fer... allà resta.
Quan va tornar a l’hospital per veure en Roman ja no hi era. Cap adreça, cap telèfon...
12 anys desprès, encara Laia somnia de vegades en aquella veu terapèutica, amb una sonoritat greu però suau; enèrgica i tendra a l’hora... difícil de... Una veu com un riu, com un núvol blanc, com la nata, com el pèl d'un gat, com l'olor de llibre nou, com el vellut, com...
I, quan desperta, se sent rehabilitada, sana, tranquil•la, en pau... Mai ha trobat aquell llibre escrit en hongarès (per molt que ha investigat), mai n’ha sabut res més de la persona que la va retornar a les ganes de viure... d’aquella veu que la feu sorgir, ressorgir, ressuscitar...
I quan es compleix un any exacte de la darrera pàgina, de la darrera lectura... Lídia sent de nou la veritable pau... amb accent hongarès.

2010/05/18

Capítulo 3: El vestidor


Un lugar sagrado, donde no entra nadie... Y no porque haya algún secreto que esconder (hasta ahora, claro). La cuestión es que, parece que todos necesitamos un lugar en el que nadie entre más que uno mismo, una gruta donde sólo se puede entrar descalzo porque es suelo bendito, un santuario velado por una gruesa cortina de terciopelo pesado y polvoriento, una cima en donde uno se hace la falsa ilusión de que se puede estar en soledad, una montaña surgida en exclusiva de una erupción volcánica para si mismo. Todo eso y más, es para él el vestidor de casa; y ahí ha decidido colcar bajo los focos, delante del gran espejo, ese objeto que le tiene la mente ocupada desde que lo compró en Praha (que así se escribe en Checo la ciudad más hermosa de centroeuropa: Praga).

Como si se tratase de un altar pagano, la caja rosa y azul con cajones se enseñorea del espacio, lo inunda todo con su presencia. En el vestidor no entra nadie más que él... ni siquiera la asistenta. Ella deja la ropa en una mesilla junto a la entrada y él se encarga de organizarla una vez por semana, normalmente los jueves por la tarde. Pasa el aspirador y abrillanta los muebles él mismo, y habla de su asistenta como "la chica que me ayuda con las cosas de la casa"... Otra de sus virtudes: dar la impresión de "tio apañado" con su casa y su coche... Ellas mueren de amor por un hombre así... y ellos también.

La pila de ropa, esta vez, es impresionante... por el volumen y por los trapos que se gasta... todo de primera calidad, caro y bello, con la excepción única de la vieja chaqueta de lana que conserva de cuando era un pobretón y compartía piso con Laura, Manuel y Tomás en sus años de estudiante. Estos tres nombres son los primeros que puso en los cajones correspondientes. Los escribió en papelillos de colores según le parecía que correspondía a cada cual: Laura es verde, fue la esperanza de su madre de que tuviera por fin novia formal como Dios manda... tan lista, simpática y adecuada en todo para su hijo. Si, verde esperanza... Tomás en blanco sobre negro. Le costó encontrar en su bote de lápices uno blanco, pero apareció al fondo tan pequeñito como lo dejó años atrás cuando le dió por dibujar en blanco sobre cartulinas rugosas negras letras en japonés. Tomás es negro, es oscuro, es hermético... Blanco para Manuel, con el que seguía en contacto y al cual reencontraba una vez al año en la estación de esquí... Blanco, nieve...

Así iba adjudicando significado a los colores y comenzando a llenar el mueblecito con reliquias de personas conocidas una vez, olvidadas y recuperadas a fuerza de golpes de aire frio y melancolía, presentes, ausentes, muertas o vivas, queridas u odiadas... gentes de acá y de allá, de feliz recuerdo o de tormento latente, de herida cerrada que no sangra pero aun duele, o de aroma agradable que uno respira a todas horas.

También puso el nombre de la "chica que ayuda en casa" y le entró la risa... en el fondo la despreciaba, pero hacía muy bien su trabajo y no sobrepasó nunca la frontera inalterable de su santuario... (al menos eso pensaba él)... Teresa lo había hecho una sola vez... porque ya se sabe que solamente prohibiendo algo es cuando realmente despierta interés... Si, lo hizo aprovechando que el "jefe" andaba de viaje otra vez... y no había encontrado nada extraño, ni excéntrico...

En la T dos personas, en la M una, en la L otra y en la G la foto-carnet de Gonzalo, su hermano al que no ve desde hace tres años...
Y por hoy suficiente...
-Maldita sea!!! y esa mancha no sale con nada. Habrá que preguntar a Teresa por algún producto especial o por alguna pócima o remedio casero para ese tipo de manchas o quemazones sobre la madera... O mejor no... tendría que dar explicaciones sobre la cajonera y no le viene en gana... bah, tampoco se nota tanto!.

2010/05/15

El Coleccionista de Letras




CAPÍTULO 2. EN CASA


Por fin, después de quella aventura absurda, después del viaje, el avión, el aeropuerto, el compañero de vuelo que le desestabilizó la tranquilidad con la que pensaba cruzar el cielo... después de todo aquello, abrió la puerta con sigilo (eran las 4'00 de la madrugada), levantó los plomos de la luz y conectó el gas... Se puso a calentar leche (siempre desconfió del microondas, que yacía solitario sobre el banco de la cocina) y desgarró el papel del regalo que se había hecho a sí mismo con tanta fruición. Abrió uno a uno los diminutos cajoncillos y comprobó que ninguno de ellos se iba a resistir...Así fue, la compra era excelente... buena calidad de juguete caro. La leche se derramó sobre la encimera y profirió un palabro:- joder! qué inútil!... y un poco de leche quemada manchó para siempre la letra X (o la jota o la S o la R... que en nada afecta al relato...). Esto le fastidió tanto y más que dejó todo como estaba y se fue a dormir....


A eso de las 10 despertó y se enfiló las zapatillas de descanso... Bueno, tratará de quitar la mancha, café con leche, magdalena, crema hidratante, ducha, cepillo de dientes... por ese orden o de cualquier otro modo, hizo lo que hacía cada día... Tranquilidad y mucha higiene. Pero, mientras el agua de la ducha se llevaba los humores de su último viaje, tomó una gran decisión (que igual rompería días después... o no... quién sabe?...) No volvería a viajar solo. Esta era una de las características más destacadas de su personalidad en las charlas de cafetería con el grupo de amigos: - Le encanta viajar solo, andar de acá para allá, tiene una riqueza interior asombrosa, tan culto!...


Ya no más, recorrer países, plazas, sembrados y avenidas en solitario; hasta ahora, había estado bien... Ninguna de sus amistades tenía el tiempo, ni el dinero suficiente para viajar tanto. Este era su "apreciado pedigree", su targeta de presentación: - te presento a..., no veas los viajes tan interesantes que lleva hechos!!!. Así solía ser siempre, o casi siempre. Incluso pensaba amenudo que todas las relaciones breves con las que había entretenido su existencia, sin implicación emocional alguna, se debían al "aura de viajero incansable" que despertaba la curiosidad de unos y otras... Esto le daba facilidad de conversación. Con tantas experiencias vividas era el centro de interés de las conversaciones en el trabajo y con las amistades. Y, además lo hacía con modestia, sin estidencias, con elegancia... ni un ápice de superioridad ante los demás, con cordialidad... Un artista de la conversación amena, vaya...

Y, además, el hecho de viajar siempre solo le daba un halo de misterio que parecía aumentar su atractivo personal y físico evidente...Claro, él no necesita a nadie...


Ya no más, se acabó. Demasiado museo, demasiada heladería, demasiado restaurante caro, demasiado lugar romántico sin una mano que apretar o un muslo que acariciar... Al fin se lo reconoció, al fin se lo dijo el agua templada de la ducha. La postura lasciva de aquellos japoneses en Florencia besándose ante Perseo, la cálida sonrisa de aquella persona anónima de insultante belleza en México en aquella enorme y desangelada plaza, el pecho brillante al sol en un atardecer cualquiera en una playa de Barcelona, esos pies desnudos entrecruzados bajo un banco en la Catedral de Cracovia... Si, al fin lo reconocía... todo eso le atravesó el pecho y le hizo sentirse como el "Petit-Prince" de Saint-Exúperý... en un planeta pequeño enmedio de unas flores regadas con constancia que no huele nadie más que uno mismo... Todos los fragmentos de felicidad he había contemplado con envidia habían asaeteado su alma hasta hartar... eran pedazos inconexos, mezcla de deseo sexual y disfrute visual de la belleza ajena... y nada tenía sentido si trataba de poner orden a sus pensamientos cuando eso pasaba, y se decía a si mismo: bah!, seguro que no son tan felices como parecen... ya nadie es feliz. Y con eso y un bizcocho o cualquier otro dulce prohibido... a otra cosa, mariposa...! Pensamiento fugaz, mirada a la guía turística y a visitar el siguiente monumento en la ruta prevista...


En este último viaje, el pensamiento desestabilizador de sus emociones (que así llamaba a estos fugaces instantes en su obsesión por racionalizar todo) fue insustancial, pero le dio como dardo en diana, en el propio centro de su ser.


Una hoja de árbol cayó en pleno verano sobre el banco de enfrente. Unos enamorados se hacían una foto y esa hoja cayó como romántico presagio otoñal... Y él odiaba el otoño y su intrínseca melancolía, y se burlaba de las fotos de enamorados, y se decía: en unos meses habrán roto, y borrarán las fotos y llorarán de desdicha, siempre es así cuando la gente retuerce las emociones y las convierte en catedrales góticas. Esa hoja caída sobre el banco, le cayó sobre el alma y le jodió bien... Se abrazó a la bolsa de su regalo en forma de armarito de secretos de niña pequeña y lloró. Y ahora, en casa... miró la cajonera de colorines sobre el gris de los muebles de su cocina y lo volvió a hacer... sólo dos lágrimas y ya... - Venga, tio... que tu no eres así!!! (se dijo)... Bebió el café en una exhalación y salió de casa a buscar a las amigas para empezar a contar el último viaje... siempre le escuchaban con tanto interés!!!...


El Coleccionista de letras



Com que fa molt de temps que tinc aquest blog una mica abandonat i tinc una idea literària pegant-me voltes al cap fa uns mesos... em llançarè, doncs, a escriure de nou... sense complexos... jejjeje

I ho farè per capítols...


CAPÍTULO 1. CAJONES

El gentío agobiaba hasta hacer palidecer... no se que fiesta celebraban, pero la multitud vagaba por las calles como rios, como plaga. Entró en una tienda de la Ciudad Vieja. También estaba atestada de gente, sobre todo de niños. Ojos brillantes y voces suaves y civilizadas que repetían: - no se toca, cuidado no rompas algo...

Entre tantos estímulos, se frotó los ojos, esos pobres ojos resecos por el sol del verano. Al desvanecerse la niebla que formó su retina y aclarar la visión descubrió que estaba en un lugar increible, mágico, especial. Cientos de objetos amontonados o reclinados uno sobre otro llenaban aquel minúsculo lugar con olor a alguna comida casera. Y allí estaba... semioculto entre un payaso diminuto que tocaba la trompeta, un coche de bomberos de latón y un peluche que saca la lengua burlonamente... Un pequeño mueble de juguete con tantos cajones como letras tiene el abecedario... Una especie de armarito de casa de muñecas o una de aquellas antiguas cómodas con cajones enormes que había en la casa de la abuela. Si, tan grande y tan pequeño. Era de colorines y cada letra estaba decorada con detalles infantiles: globos, setas, enanitos, muñecas, animales del bosque... Él, a sus treintaitantos no podía estarse enamorando de aquella cajonera infantil de niña... un tío serio y respetable, un hombre de mundo, hecho y derecho... Pero pasó, se enamoró de aquel objeto e intentó racionalizar aquella sensación. Pronto encontró un motivo para llevarselo a casa sin derrumbar la imagen que tenía de si mismo, sin remover los cimientos de su propia respetabilidad... Siempre le gustaron los abecedarios. En casa colgaba de la pared, en un lugar preeminente, un abecedario bordado en punto de cruz que había estado entreteniendo a su pobre madre meses antes de morir. Ese abecedario bordado era un elemento extraño en la decoración de su casa. Todo lo que había en ella era propio de un hombre como él: sensible, pero a la vez discreto. Un hombre admirado y ordenado, limpio y con una imagen pública intachable. Un soltero con la vida resuelta cuya casa no es un hogar, es un museo de viajes por el mundo y un escaparate de placidez y confortabilidad... Si, le iba bien en la vida... (a los ojos de la gente, por lo menos...) y un objeto infantil, femenino, melifluo, con el rosa y el azul como tonos predominantes; iba a ser un elemento distorsionador en su orden cósmico particular... Con la razón fundamental del recuerdo de su madre y con otras razones al uso de los debates en grupos de amigos del tipo: "todos tenemos excentricidades", "quien no tiene un gusto raro o sorprendente?"... se convenció a si mismo y, después de liberar aquel objeto de todo su vecinadrio de cosas y cosistas y cosotas; con aquello entre las manos, se decidió a pagar y llevarlo consigo para siempre.

Los tres minutos en los que tuvo que esperar dieron para mucho. Pensó en dejarlo donde estaba y salir discretamente de la tienda. Pensó que era maravilloso poder tener aquello escondido en casa... nadie lo vería, no lo pondría en pública visión de visitas y familia. Se fijó en que las bolsas de aquella tienda no fueran semitransparentes.... Siiiii, hubo suerte. Eran bolsas de papel negro con letras doradas... podría llevarlo hasta el hotel, y luego al aeropuerto, y después pasar por delante del portero de su edificio, sin que nadie le mirase con extrañeza. Pero la bolsa era de una tienda de juegos infantiles, y el rótulo era grande... Bien, no hay problema...: - un regalito para la sobrina (si alguien pregunta). -Se lo envuelvo para regalo?. -Si, por favor. Papel de seda rosa y lazo fresa. -Noooo, mejor no lo envuelva en papel de regalo, mejor en papel común, sin más.
- Como quiera, señor...

Cada vez que le llamaban señor, algo feo surgía en su mente. No, no le gustaba... Llevaba mal que ya casi nadie le hablara de tu. Se acercaba a los 40 y eso no le hacía gracia. Le gustaba verse a si mismo como "un tipo respetable", pero no tanto. La pizca de buen humor que siempre mostraba en público le hacía mantener un halo de juventud eterna que no quería perder. Bien, salgamos de aquí, se dijo...

Se dirigió a un parque cercano y buscó un banco solitario. Encendió un cigarrillo y sonrió...