Un lugar sagrado, donde no entra nadie... Y no porque haya algún secreto que esconder (hasta ahora, claro). La cuestión es que, parece que todos necesitamos un lugar en el que nadie entre más que uno mismo, una gruta donde sólo se puede entrar descalzo porque es suelo bendito, un santuario velado por una gruesa cortina de terciopelo pesado y polvoriento, una cima en donde uno se hace la falsa ilusión de que se puede estar en soledad, una montaña surgida en exclusiva de una erupción volcánica para si mismo. Todo eso y más, es para él el vestidor de casa; y ahí ha decidido colcar bajo los focos, delante del gran espejo, ese objeto que le tiene la mente ocupada desde que lo compró en Praha (que así se escribe en Checo la ciudad más hermosa de centroeuropa: Praga).
Como si se tratase de un altar pagano, la caja rosa y azul con cajones se enseñorea del espacio, lo inunda todo con su presencia. En el vestidor no entra nadie más que él... ni siquiera la asistenta. Ella deja la ropa en una mesilla junto a la entrada y él se encarga de organizarla una vez por semana, normalmente los jueves por la tarde. Pasa el aspirador y abrillanta los muebles él mismo, y habla de su asistenta como "la chica que me ayuda con las cosas de la casa"... Otra de sus virtudes: dar la impresión de "tio apañado" con su casa y su coche... Ellas mueren de amor por un hombre así... y ellos también.
La pila de ropa, esta vez, es impresionante... por el volumen y por los trapos que se gasta... todo de primera calidad, caro y bello, con la excepción única de la vieja chaqueta de lana que conserva de cuando era un pobretón y compartía piso con Laura, Manuel y Tomás en sus años de estudiante. Estos tres nombres son los primeros que puso en los cajones correspondientes. Los escribió en papelillos de colores según le parecía que correspondía a cada cual: Laura es verde, fue la esperanza de su madre de que tuviera por fin novia formal como Dios manda... tan lista, simpática y adecuada en todo para su hijo. Si, verde esperanza... Tomás en blanco sobre negro. Le costó encontrar en su bote de lápices uno blanco, pero apareció al fondo tan pequeñito como lo dejó años atrás cuando le dió por dibujar en blanco sobre cartulinas rugosas negras letras en japonés. Tomás es negro, es oscuro, es hermético... Blanco para Manuel, con el que seguía en contacto y al cual reencontraba una vez al año en la estación de esquí... Blanco, nieve...
Así iba adjudicando significado a los colores y comenzando a llenar el mueblecito con reliquias de personas conocidas una vez, olvidadas y recuperadas a fuerza de golpes de aire frio y melancolía, presentes, ausentes, muertas o vivas, queridas u odiadas... gentes de acá y de allá, de feliz recuerdo o de tormento latente, de herida cerrada que no sangra pero aun duele, o de aroma agradable que uno respira a todas horas.
También puso el nombre de la "chica que ayuda en casa" y le entró la risa... en el fondo la despreciaba, pero hacía muy bien su trabajo y no sobrepasó nunca la frontera inalterable de su santuario... (al menos eso pensaba él)... Teresa lo había hecho una sola vez... porque ya se sabe que solamente prohibiendo algo es cuando realmente despierta interés... Si, lo hizo aprovechando que el "jefe" andaba de viaje otra vez... y no había encontrado nada extraño, ni excéntrico...
En la T dos personas, en la M una, en la L otra y en la G la foto-carnet de Gonzalo, su hermano al que no ve desde hace tres años...
Y por hoy suficiente...
-Maldita sea!!! y esa mancha no sale con nada. Habrá que preguntar a Teresa por algún producto especial o por alguna pócima o remedio casero para ese tipo de manchas o quemazones sobre la madera... O mejor no... tendría que dar explicaciones sobre la cajonera y no le viene en gana... bah, tampoco se nota tanto!.
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