Las manos de Christian eran bellas. Anita las miraba como hipnotizada, pero él interpretaba aquellos ojos como la mirada de una loca, de una mujer atormentada, ida...
Se sentaron frente a un café y un wisky. El círculo perfecto de la mesa de mármol, la perfecta simetría de cuatro antebrazos apoyados sobre el frio. Y las piernas inquietas de Christian delataban su necesidad de saber porqué aquella mujer le había citado allí.
- He estado en su casa. Entré al vestidor. No debí haberlo hecho. Él es muy celoso de su intimidad, de sus cosas. – dijo Anita-
- Y...? ¿Has encontrado alguna cosa que explique porqué está en coma?... ¿Es eso?.- contestó chuleando Christian-
- Dime, ¿de qué os conocéis?. Solamente tu teléfono está registrado el la agenda de su móvil.
- Nos conocemos, y punto... eso no viene al caso... somos amigos desde hace mucho, si es eso lo que quieres saber.
Christian tiene una extraña capacidad intelectual. Puede estar perfectamente atento a dos o tres conversaciones al mismo tiempo. Escuchar a Anita, estar en lo que se cuece en la mesa de al lado y, si no sonara Queen por las bóvedas de aquel local, podria tratar de escuchar con atención lo que hablan los dos camareros que rien junto al mostrador... Pero suena aquella mítica “bohemian rapsody” y Christian bastante tiene con el tono agobiante e inquisidor de la amiga de su amigo.
- Pareces francés... ¿Me equivoco?. ¿No nos hemos visto antes tu y yo? – preguntó el camarero larguirucho al rumano-.
Christian, no contestó, sencillamente bajó la mirada y sonrió...
Ella quiere saber, necesita saber... se puso a elucubrar con asuntos de drogas o turbulencias similares al verse ante el cuerpo inerme de él. Inquiere los entresijos de las arrugas de la frente de Christian para ver si encuentra algun vicio oculto, algún insano placer que haya podido llevarle al estado en que se encuentra. Lo cierto es que pensó en alguna exótica enfermedad contraida y latente. Algo que cogería en algún lugar raro de los que frecuenta en sus viajes. Debió comer diablos fritos de Sumatra o abominaciones tailandesas... Pero ese camino quedó cerrado a su mente cuando los análisis primeros descartaron intoxicación alimentaria. Pronto sabrá los resultados de nuevas pruebas que descartarían o no el consumo de alguna sustancia prohibida y consumida con aquel hermoso melenudo que tenía delante...
Si, le pareció hermoso... pero aquel acento que ella no conseguía ubicar correctamente la ponía nerviosa, acrecentaba su desconfianza ante el “gran amigo” del que nunca antes supo nada... era como si los secretos que guardaba él en el armarito rosa del vestidor se hubiesen encarnado en aquel hombre que, al mismo tiempo, la atraía irresistiblemente y le provocaba los peores sentimientos. Su móvil amontonaba mensajes para Christian, de Christian... y sólo su teléfono, exclusivamente el suyo...
En la mesa de al lado se habla de una revolución que parece querer estallar en las aulas de la facultad de derecho... mucho más interesante para Christian... Además, las voces masculinas se escuchan mejor entre los cabellos lacios del rumano... lo grave se retiene mejor; al menos a él le pasa... La voz aguda y monjil de Anita se le clava como alfiler en el lóbulo y se resiste a entrar en su pabellón auditivo... Es él, es su amigo la sustancia misma de lo que habla Anita... pero Christian resiste a duras penas aquella acupuntura de palabras a las que le somete en este momento... Habla atropelladamente, sin descanso, pregunta sin esperar respuesta... Anita habla y habla...
Al salir de la cafetería caminaron juntos por donde todo el mundo pasea... cualquiera hubiera pensado que se trataba de un par de enamorados a juzgar por las apariencias, porque Christian dejó caer su enorme brazo sobre los hombros de Anita. Es un hombre afectuoso y, aunque no soportaba su voz, una extraña necesidad de dar ternura a aquella mujer le surgió de adentro.
La rodeaba con su brazo como si la conociese de toda la vida. Apartó sus cabellos antes de hacerlo, con delicadeza, y no preguntó si le apetecía ser abrazada... sencillamente lo hizo con naturalidad.
Anita chupaba un caramelo de menta para refrescar la bóveda de su boca después del espeso café, y el saliveo convertía en más insoportable aun aquella vocecita para Christian...
- calla!... mira las formas del agua turbia en la charca de los patos... – dijo él-
- Se que hace rato que no me escuchas, no soy tonta...
- Callaaaaa!... vamos juntos al hospital, quiero verle.
Por primera vez Christian iba a verle sin ser requerido previamente por él. Nunca, hasta ahora, había irrumpido en su vida en modo alguno sin que él le hubiese llamado primero. La extraña relación que tenían era así. Sus vidas transcurrían independientes, los días se sucedían sin que ningún puente les uniese... Hasta que él llamaba, o enviaba un mensaje, o requería su presencia... Y siempre, absolutamente en cada una de esas ocasiones, Christian acudía. Él ponía el lugar, el plan, la hora... y Christian arreglaba sus asuntos y aparecía sin más. Cada vez que se veían es como si el tiempo transcurrido se hubiese sincopado, como si todos los días, semanas, minutos se metiesen en una caverna, en un paréntesis, en un agujero negro y desaparecieran. Esa era la sensación: entre uno y otro encuentro no existía el espacio ni el tiempo... como en un contínuo indefinido.
Anita apreciaba el peso de aquel brazo de un modo insondable... Quizás solo necesitaba el abrazo de un desconocido para que los pálpitos se calmasen, para que los rebuznos de su mente pensando compulsivamente en las posibles causas de aquel estado de coma, callasen.
Y sucedió.
Bebieron de una fuente en el parque... primero ella, luego él... con el dorso de la mano se secaron las frias gotas que quedaron en sus mejillas, al unísono... y se intercambiaron una leve sonrisa... la de ella de agradecimiento, la de él provocada por el frio en su rostro.
Por primera vez desde que se conocieron aquel verano tiempo atrás, verano con olor a pintura fresca y pasteles de nata; Christian se iba a presentar en su vida y sus cosas sin ser llamado, sin respetar un pacto nunca formulado que consistía en desaparecer totalmente hasta la siguiente vez... él manda, requiere, necesita, solicita, propone... y Christian, indefectiblemente acude.
Esta vez va porque quiere, porque necesita verle yacente, porque quiere saber si será la última vez que le vea... ¿quién sabe?...
Suena el móvil de Christian...no, no es él, no puede ser...
Cosas de trabajo...
-No, no puedo hacerme cargo de eso ahora- responde-... y cuelga.
...
La blancura de la sábana que le cubre, la intensidad cegadora de la luz, la nata, el blanco de las paredes... todo se mezcla en el fogonazo que percibe al verle...
Un pinchazo más de fina acupuntura, pero ahora en el corazón.
Asalta su mente el redoblar de los tambores del pueblo en la procesión... Cuando pintaba aquel verano tórrido, ponía la música a tope para no oir aquel martilleo que se colaba por las ventanas abiertas... pero el bum-bum era siempre más fuerte, más poderoso...
Ahora, los pies de escayola del Cristo yacente pasando lentamente por delante de aquella reja del pueblo son sus pies... amoratados, verdosos, lívidos... unos pies que asoman al final de la sábana infinita... los suyos, los de él...
Siempre se preguntó porqué paseaban por aquella calle constantemente la imagen del Cristo muerto en pleno verano, porqué necesitaban pasear a ritmo marcial arriba y abajo cada semana, invierno y verano con aquella tétrica imagen desnuda y siempre por la misma calle... Y siempre fue un misterio que no resolvió, una pregunta sin respuesta porque nunca la fromuló...
De nuevo dejó reposar su brazo sobre los hombros de Anita y, con las yemas de sus dedos, recorrió las venas del pie de su amigo... lentamente, poco a poco, con religioso respeto... en profundo silencio...
Y lloró...
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