2011/03/28

sacrilegios de barro. El coleccionista de letras. c.10


Ernesto cogió las llaves y apretó fuerte el puño... Anita le había encargado que trajese una camisa blanca limpia, un pijama y las gafas. Si despertaba repentinamente del coma, sin sus lentillas... Deseaba profundamente ser la primera persona que él viera, el primer destello en su reencuentro con la vida, con las cosas, con la luz.

Subió como liebre los peldaños de dos en dos, de tres en tres… repicando los dedos y canturreando una de sus coplas.

Al entrar, automáticamente la luz del pasillo iluminó cada objeto escogido. Así estaba todo preparado en aquel piso. Un foco tenue iluminaba una cerámica griega, otro hacía lo propio con el abecedario bordado creando un halo de luz circular que dejaba en penumbra las letras que quedaban escoradas en las esquinas del rectángulo…

Ernesto recorrió con parsimonia cada estancia, cada rincón… sintió el placer de violar la intimidad ajena sin miedo a ser molestado o sorprendido en pleno proceso de descubrimiento, de inquisición… Recordó fragmentos de viajes relatados por él en Trafalgar, anécdotas, miradas… rozó con el dorso o con la palma de su mano algunos de aquellos objetos… acercó la camisa a su nariz y la olisqueó como un chucho. Impetuosamente la lanzó sobre el colchón y estiró la sábana… la apretujó contra su pecho… sus brazos flacuchos forzaron un abrazo al vacío y produjeron un océano de arrugas sobre la tela de seda oscura.

En la cocina abrió cada uno de los armarios y cajones. Olió los tarritos de las especias que trajo de India, uno tras otro, con el denostado placer oculto de los sibaritas. Probó la miel endurecida que quedaba al fondo de un bote de porcelana gris con su dedo pulgar…

Y sintió como se resbalaba entre sus manos y se partía contra la bancada por el pálpito que sintió cuando Christian apareció.

- Te has dejado la puerta abierta…

- Dios!. Menudo susto… Quien eres?. Qué haces aquí?.

- Soy el fontanero – mintió- creo que hay que ver que pasa con ese desagüe.

Ernesto no reparó en el nulo aspecto de fontanero de Christian, ni en la ausencia de herramientas… A veces los ojos ven solamente lo que quieren ver y el entendimiento entiende lo que quiere confundir. Y Ernesto confundió los gemelos de Cristian con la llegada de la primavera y el caminillo de sudor de su espalda con el primer baño del verano. Porque Christian se agachó bajo el fregadero e hizo como si aquel codo de tubería necesitase una inspección ocular.

Así, tal cual se describe la escena: Cristian arrodillado bajo la pila, Ernesto recogiendo los fragmentos del bote de miel y una tos nerviosa rebotando de azulejo en azulejo… Así fue como les encontró Anita.

Ahora es ella la que se acelera al ver aquel piso sometido a sacrilegio, invadido por el olor y el barro de las botas de Christian.

- Christian, Qué haces ahí abajo?...- dijo con una risita impostada.

- Ah, os conocéis? Dijo Ernesto.

- Has cogido las cosas… Las gafas?

- No, aun no he tenido tiempo, acabo de llegar y se presentó por sorpresa el fontanero.

- Fontanero?... Cuanto misterio escondes, rumano.

- Rumano?, preguntó Ernesto… Hubiera jurado que eras sueco o noruego…

- Jeje – rió Christian- y cómo se supone que tiene que ser un rumano?... dime.

Ernesto no respondió. Anita no quiso saber qué era eso de “fontanero”. Christian, que no esperaba encontrar a nadie en el piso, sencillamente se incorporó y, después de golpearse los vaqueros a la altura de las rodillas, levantó la mano despidiéndose y enfiló el pasillo hacia la puerta.

-Espera, dijo Anita. Tienes llave del piso?... Te la dio él?...

- Preguntas demasiado, no crees?. Y aplicas bastante mal la lógica.

Antes de salir levantó el foco que iluminaba el abecedario y lo centró de modo que ninguna letra quedase en penumbra. Él es así… actúa con una libertad que nadie le da. El foco le parece mal colocado y lo sitúa como le parece mejor sin preguntar… sencillamente lo hace.

- A de Anita… ves? Ahora tu inicial recibe la misma intensidad de luz que el resto de las letras.

El comentario de Christian hizo zumbar unos cuantos pensamientos en la mente de la chica. ¿Sabrá lo del armarito de las letras?, Si, seguro que si… Tiene llave, sabe todo, es la x en la ecuación. Despejando a Christian podrá desvelar el misterio, todos los misterios que planean como águila sobre él. Podrá saber todo lo que él nunca revela, todas aquellas cosas de las que nunca habla, todas las contestaciones a las preguntas respondidas con silencios.

Pero Christian sale de aquel piso dejando galletas de barro por todas partes. Los cabellos limpios hasta la exageración y las botas llenas de barro y briznas de hierba; repartiendo a partes iguales fragancias y guirnaldas, pequeñas escorias y reflejos dorados.

Ernesto se oculta tras uno de los estantes repletos de libros que hacen de tabiques y que dividen dos de las piezas que conforman aquel piso. Su nariz coincide perfectamente con el lomo de la metamorfosis de Kafka desde el punto en el que Anita le descubre como espía. Un pequeño escarabajo negro se sitúa entre sus cejas y le convierte en un ser mitológico de tres ojos. Y los tres ojos miran al abecedario.

- Sal de ahí, haz el favor… a ninguna mujer le gusta sentirse observada, ¿sabes?.

- Je je… Qué ingenua eres!... Vamos- contestó Ernesto- si fuera el fontanero el que te mira no dirías esas sentencias, Anita.

- No es fontanero, que lo sepas… Es su amigo.

- ¿No es fontanero?... pues se agacha muy bien bajo el fregadero…!!! – dijo con su tonito típico-.

- Vamos, cojo las cosas y me vuelvo al hospital.

- Y ¿para eso me hiciste venir?. Si pensabas venir tú misma… ¿entonces?...

- No, no pensaba venir yo misma, por eso te pedí que lo hicieras tú; pero algo me dijo que debía venir hasta aquí… Un pálpito de los míos, ya me conoces…

- ¿pálpito? Uf!... siempre me pareció que usas palabras como de otro siglo, Anita…

- Si, estamos en siglos diferentes tu y yo, sin duda… Venga, recoge las cosas mientras yo limpio un poco todo este barro…

- Déjalo, mujer… seguro que viene “la chacha” a sus horas… Menuda es esa…!

La mención de la chica que limpia aquel santuario hizo que una especie de aguja de tejer atravesase la frente de Anita… dos, tres llaves… ¿Cuánta gente podía entrar en aquel lugar?. ¿Cuántos habrían entrado en el vestidor?... ¿qué sería aquella especie de sagrario de nombres, objetos y recortes?...

La punzada seguramente se debía a las horas pasadas sin sentido en aquel hospital… pero se clavó fuerte, rígida; hasta hacerla sentir confusa como nunca antes.

El golpe que recibió la puerta blindada cuando salieron fue aun peor… sonó a tumba, a lápida rota, a nicho… ¿Y cómo coño suenan esas cosas?... Un misterio más sobre el que regresar en sueños, uno más…