2011/03/28

tren de llum...


Cinc cavallers travessen les vies i la paret que no hi és entre la nit i el dia...
Amb la força del vent, amb la ràbia del temps, amb el foc de l'amor...
Per veure de salvar la vall i els barrancs de Mariola.
De pedra, ferro i fang...
removent i rebrotant.
Un xic de llum i un pam de fred,
estrenant la primavera i estretint llaços d'afecte amb aquelles serres.
Anouer, cirer, pomera i vinyes...
Com un riu, com un exèrcit de silenci i tènue calma,
mirant a terra, a l'horitzó i per les finestres derruïdes del temps.
Sent ràbia i amor... diu la veu greu de la terra...
Sent esperança i temor.
S'enlairen banderes i es fonen els peus amb el sol
i la sensació de cansament obri el cor i l'apetit... l'alt, el baix, tots...
mar i cel... mar-i-ola. Benvingut a casa...!!!
Dansant i escalant... amunt, sempre amunt...
Perellons, olives i calç... i un barret de palla i el gemec d'afecte d'un gos.
Tots cinc i un... aigua clara i cor obert en canal...

dansa de vida i mort a tot el que escarba fetges i budells.
Llum i vespre d'entretemps...
I la senzillesa de l'esforç,
de vegades sobrehumà, impossible, realitzat.
Barrancs d'assuts i safareig... neteja d'odis i camins sense sentit acabats de descobrir...
Amistat exuberant i inoperància dels febles... amor d'home i verda donzella...
Nomada spectans spectantibus formae
I els ulls plens de vida i secs de vents.
Tots un i un saber-se junts cap el futur...
I el tren continua marxa... sempre avant...!!!
Pau - Per Agres. Març 2011


sacrilegios de barro. El coleccionista de letras. c.10


Ernesto cogió las llaves y apretó fuerte el puño... Anita le había encargado que trajese una camisa blanca limpia, un pijama y las gafas. Si despertaba repentinamente del coma, sin sus lentillas... Deseaba profundamente ser la primera persona que él viera, el primer destello en su reencuentro con la vida, con las cosas, con la luz.

Subió como liebre los peldaños de dos en dos, de tres en tres… repicando los dedos y canturreando una de sus coplas.

Al entrar, automáticamente la luz del pasillo iluminó cada objeto escogido. Así estaba todo preparado en aquel piso. Un foco tenue iluminaba una cerámica griega, otro hacía lo propio con el abecedario bordado creando un halo de luz circular que dejaba en penumbra las letras que quedaban escoradas en las esquinas del rectángulo…

Ernesto recorrió con parsimonia cada estancia, cada rincón… sintió el placer de violar la intimidad ajena sin miedo a ser molestado o sorprendido en pleno proceso de descubrimiento, de inquisición… Recordó fragmentos de viajes relatados por él en Trafalgar, anécdotas, miradas… rozó con el dorso o con la palma de su mano algunos de aquellos objetos… acercó la camisa a su nariz y la olisqueó como un chucho. Impetuosamente la lanzó sobre el colchón y estiró la sábana… la apretujó contra su pecho… sus brazos flacuchos forzaron un abrazo al vacío y produjeron un océano de arrugas sobre la tela de seda oscura.

En la cocina abrió cada uno de los armarios y cajones. Olió los tarritos de las especias que trajo de India, uno tras otro, con el denostado placer oculto de los sibaritas. Probó la miel endurecida que quedaba al fondo de un bote de porcelana gris con su dedo pulgar…

Y sintió como se resbalaba entre sus manos y se partía contra la bancada por el pálpito que sintió cuando Christian apareció.

- Te has dejado la puerta abierta…

- Dios!. Menudo susto… Quien eres?. Qué haces aquí?.

- Soy el fontanero – mintió- creo que hay que ver que pasa con ese desagüe.

Ernesto no reparó en el nulo aspecto de fontanero de Christian, ni en la ausencia de herramientas… A veces los ojos ven solamente lo que quieren ver y el entendimiento entiende lo que quiere confundir. Y Ernesto confundió los gemelos de Cristian con la llegada de la primavera y el caminillo de sudor de su espalda con el primer baño del verano. Porque Christian se agachó bajo el fregadero e hizo como si aquel codo de tubería necesitase una inspección ocular.

Así, tal cual se describe la escena: Cristian arrodillado bajo la pila, Ernesto recogiendo los fragmentos del bote de miel y una tos nerviosa rebotando de azulejo en azulejo… Así fue como les encontró Anita.

Ahora es ella la que se acelera al ver aquel piso sometido a sacrilegio, invadido por el olor y el barro de las botas de Christian.

- Christian, Qué haces ahí abajo?...- dijo con una risita impostada.

- Ah, os conocéis? Dijo Ernesto.

- Has cogido las cosas… Las gafas?

- No, aun no he tenido tiempo, acabo de llegar y se presentó por sorpresa el fontanero.

- Fontanero?... Cuanto misterio escondes, rumano.

- Rumano?, preguntó Ernesto… Hubiera jurado que eras sueco o noruego…

- Jeje – rió Christian- y cómo se supone que tiene que ser un rumano?... dime.

Ernesto no respondió. Anita no quiso saber qué era eso de “fontanero”. Christian, que no esperaba encontrar a nadie en el piso, sencillamente se incorporó y, después de golpearse los vaqueros a la altura de las rodillas, levantó la mano despidiéndose y enfiló el pasillo hacia la puerta.

-Espera, dijo Anita. Tienes llave del piso?... Te la dio él?...

- Preguntas demasiado, no crees?. Y aplicas bastante mal la lógica.

Antes de salir levantó el foco que iluminaba el abecedario y lo centró de modo que ninguna letra quedase en penumbra. Él es así… actúa con una libertad que nadie le da. El foco le parece mal colocado y lo sitúa como le parece mejor sin preguntar… sencillamente lo hace.

- A de Anita… ves? Ahora tu inicial recibe la misma intensidad de luz que el resto de las letras.

El comentario de Christian hizo zumbar unos cuantos pensamientos en la mente de la chica. ¿Sabrá lo del armarito de las letras?, Si, seguro que si… Tiene llave, sabe todo, es la x en la ecuación. Despejando a Christian podrá desvelar el misterio, todos los misterios que planean como águila sobre él. Podrá saber todo lo que él nunca revela, todas aquellas cosas de las que nunca habla, todas las contestaciones a las preguntas respondidas con silencios.

Pero Christian sale de aquel piso dejando galletas de barro por todas partes. Los cabellos limpios hasta la exageración y las botas llenas de barro y briznas de hierba; repartiendo a partes iguales fragancias y guirnaldas, pequeñas escorias y reflejos dorados.

Ernesto se oculta tras uno de los estantes repletos de libros que hacen de tabiques y que dividen dos de las piezas que conforman aquel piso. Su nariz coincide perfectamente con el lomo de la metamorfosis de Kafka desde el punto en el que Anita le descubre como espía. Un pequeño escarabajo negro se sitúa entre sus cejas y le convierte en un ser mitológico de tres ojos. Y los tres ojos miran al abecedario.

- Sal de ahí, haz el favor… a ninguna mujer le gusta sentirse observada, ¿sabes?.

- Je je… Qué ingenua eres!... Vamos- contestó Ernesto- si fuera el fontanero el que te mira no dirías esas sentencias, Anita.

- No es fontanero, que lo sepas… Es su amigo.

- ¿No es fontanero?... pues se agacha muy bien bajo el fregadero…!!! – dijo con su tonito típico-.

- Vamos, cojo las cosas y me vuelvo al hospital.

- Y ¿para eso me hiciste venir?. Si pensabas venir tú misma… ¿entonces?...

- No, no pensaba venir yo misma, por eso te pedí que lo hicieras tú; pero algo me dijo que debía venir hasta aquí… Un pálpito de los míos, ya me conoces…

- ¿pálpito? Uf!... siempre me pareció que usas palabras como de otro siglo, Anita…

- Si, estamos en siglos diferentes tu y yo, sin duda… Venga, recoge las cosas mientras yo limpio un poco todo este barro…

- Déjalo, mujer… seguro que viene “la chacha” a sus horas… Menuda es esa…!

La mención de la chica que limpia aquel santuario hizo que una especie de aguja de tejer atravesase la frente de Anita… dos, tres llaves… ¿Cuánta gente podía entrar en aquel lugar?. ¿Cuántos habrían entrado en el vestidor?... ¿qué sería aquella especie de sagrario de nombres, objetos y recortes?...

La punzada seguramente se debía a las horas pasadas sin sentido en aquel hospital… pero se clavó fuerte, rígida; hasta hacerla sentir confusa como nunca antes.

El golpe que recibió la puerta blindada cuando salieron fue aun peor… sonó a tumba, a lápida rota, a nicho… ¿Y cómo coño suenan esas cosas?... Un misterio más sobre el que regresar en sueños, uno más…

2011/03/14

yacente. El coleccionista de letras. Cap. 9



Las manos de Christian eran bellas. Anita las miraba como hipnotizada, pero él interpretaba aquellos ojos como la mirada de una loca, de una mujer atormentada, ida...

Se sentaron frente a un café y un wisky. El círculo perfecto de la mesa de mármol, la perfecta simetría de cuatro antebrazos apoyados sobre el frio. Y las piernas inquietas de Christian delataban su necesidad de saber porqué aquella mujer le había citado allí.

- He estado en su casa. Entré al vestidor. No debí haberlo hecho. Él es muy celoso de su intimidad, de sus cosas. – dijo Anita-

- Y...? ¿Has encontrado alguna cosa que explique porqué está en coma?... ¿Es eso?.- contestó chuleando Christian-

- Dime, ¿de qué os conocéis?. Solamente tu teléfono está registrado el la agenda de su móvil.

- Nos conocemos, y punto... eso no viene al caso... somos amigos desde hace mucho, si es eso lo que quieres saber.

Christian tiene una extraña capacidad intelectual. Puede estar perfectamente atento a dos o tres conversaciones al mismo tiempo. Escuchar a Anita, estar en lo que se cuece en la mesa de al lado y, si no sonara Queen por las bóvedas de aquel local, podria tratar de escuchar con atención lo que hablan los dos camareros que rien junto al mostrador... Pero suena aquella mítica “bohemian rapsody” y Christian bastante tiene con el tono agobiante e inquisidor de la amiga de su amigo.

- Pareces francés... ¿Me equivoco?. ¿No nos hemos visto antes tu y yo? – preguntó el camarero larguirucho al rumano-.

Christian, no contestó, sencillamente bajó la mirada y sonrió...

Ella quiere saber, necesita saber... se puso a elucubrar con asuntos de drogas o turbulencias similares al verse ante el cuerpo inerme de él. Inquiere los entresijos de las arrugas de la frente de Christian para ver si encuentra algun vicio oculto, algún insano placer que haya podido llevarle al estado en que se encuentra. Lo cierto es que pensó en alguna exótica enfermedad contraida y latente. Algo que cogería en algún lugar raro de los que frecuenta en sus viajes. Debió comer diablos fritos de Sumatra o abominaciones tailandesas... Pero ese camino quedó cerrado a su mente cuando los análisis primeros descartaron intoxicación alimentaria. Pronto sabrá los resultados de nuevas pruebas que descartarían o no el consumo de alguna sustancia prohibida y consumida con aquel hermoso melenudo que tenía delante...

Si, le pareció hermoso... pero aquel acento que ella no conseguía ubicar correctamente la ponía nerviosa, acrecentaba su desconfianza ante el “gran amigo” del que nunca antes supo nada... era como si los secretos que guardaba él en el armarito rosa del vestidor se hubiesen encarnado en aquel hombre que, al mismo tiempo, la atraía irresistiblemente y le provocaba los peores sentimientos. Su móvil amontonaba mensajes para Christian, de Christian... y sólo su teléfono, exclusivamente el suyo...

En la mesa de al lado se habla de una revolución que parece querer estallar en las aulas de la facultad de derecho... mucho más interesante para Christian... Además, las voces masculinas se escuchan mejor entre los cabellos lacios del rumano... lo grave se retiene mejor; al menos a él le pasa... La voz aguda y monjil de Anita se le clava como alfiler en el lóbulo y se resiste a entrar en su pabellón auditivo... Es él, es su amigo la sustancia misma de lo que habla Anita... pero Christian resiste a duras penas aquella acupuntura de palabras a las que le somete en este momento... Habla atropelladamente, sin descanso, pregunta sin esperar respuesta... Anita habla y habla...

Al salir de la cafetería caminaron juntos por donde todo el mundo pasea... cualquiera hubiera pensado que se trataba de un par de enamorados a juzgar por las apariencias, porque Christian dejó caer su enorme brazo sobre los hombros de Anita. Es un hombre afectuoso y, aunque no soportaba su voz, una extraña necesidad de dar ternura a aquella mujer le surgió de adentro.

La rodeaba con su brazo como si la conociese de toda la vida. Apartó sus cabellos antes de hacerlo, con delicadeza, y no preguntó si le apetecía ser abrazada... sencillamente lo hizo con naturalidad.

Anita chupaba un caramelo de menta para refrescar la bóveda de su boca después del espeso café, y el saliveo convertía en más insoportable aun aquella vocecita para Christian...

- calla!... mira las formas del agua turbia en la charca de los patos... – dijo él-

- Se que hace rato que no me escuchas, no soy tonta...

- Callaaaaa!... vamos juntos al hospital, quiero verle.

Por primera vez Christian iba a verle sin ser requerido previamente por él. Nunca, hasta ahora, había irrumpido en su vida en modo alguno sin que él le hubiese llamado primero. La extraña relación que tenían era así. Sus vidas transcurrían independientes, los días se sucedían sin que ningún puente les uniese... Hasta que él llamaba, o enviaba un mensaje, o requería su presencia... Y siempre, absolutamente en cada una de esas ocasiones, Christian acudía. Él ponía el lugar, el plan, la hora... y Christian arreglaba sus asuntos y aparecía sin más. Cada vez que se veían es como si el tiempo transcurrido se hubiese sincopado, como si todos los días, semanas, minutos se metiesen en una caverna, en un paréntesis, en un agujero negro y desaparecieran. Esa era la sensación: entre uno y otro encuentro no existía el espacio ni el tiempo... como en un contínuo indefinido.

Anita apreciaba el peso de aquel brazo de un modo insondable... Quizás solo necesitaba el abrazo de un desconocido para que los pálpitos se calmasen, para que los rebuznos de su mente pensando compulsivamente en las posibles causas de aquel estado de coma, callasen.

Y sucedió.

Bebieron de una fuente en el parque... primero ella, luego él... con el dorso de la mano se secaron las frias gotas que quedaron en sus mejillas, al unísono... y se intercambiaron una leve sonrisa... la de ella de agradecimiento, la de él provocada por el frio en su rostro.

Por primera vez desde que se conocieron aquel verano tiempo atrás, verano con olor a pintura fresca y pasteles de nata; Christian se iba a presentar en su vida y sus cosas sin ser llamado, sin respetar un pacto nunca formulado que consistía en desaparecer totalmente hasta la siguiente vez... él manda, requiere, necesita, solicita, propone... y Christian, indefectiblemente acude.

Esta vez va porque quiere, porque necesita verle yacente, porque quiere saber si será la última vez que le vea... ¿quién sabe?...

Suena el móvil de Christian...no, no es él, no puede ser...

Cosas de trabajo...

-No, no puedo hacerme cargo de eso ahora- responde-... y cuelga.

...

La blancura de la sábana que le cubre, la intensidad cegadora de la luz, la nata, el blanco de las paredes... todo se mezcla en el fogonazo que percibe al verle...

Un pinchazo más de fina acupuntura, pero ahora en el corazón.

Asalta su mente el redoblar de los tambores del pueblo en la procesión... Cuando pintaba aquel verano tórrido, ponía la música a tope para no oir aquel martilleo que se colaba por las ventanas abiertas... pero el bum-bum era siempre más fuerte, más poderoso...

Ahora, los pies de escayola del Cristo yacente pasando lentamente por delante de aquella reja del pueblo son sus pies... amoratados, verdosos, lívidos... unos pies que asoman al final de la sábana infinita... los suyos, los de él...

Siempre se preguntó porqué paseaban por aquella calle constantemente la imagen del Cristo muerto en pleno verano, porqué necesitaban pasear a ritmo marcial arriba y abajo cada semana, invierno y verano con aquella tétrica imagen desnuda y siempre por la misma calle... Y siempre fue un misterio que no resolvió, una pregunta sin respuesta porque nunca la fromuló...

De nuevo dejó reposar su brazo sobre los hombros de Anita y, con las yemas de sus dedos, recorrió las venas del pie de su amigo... lentamente, poco a poco, con religioso respeto... en profundo silencio...

Y lloró...